LA JUSTICIA DE DIOS
Introducción
El Cristo en ti no habita en un cuerpo. Sin embargo, está en ti.1.1:2
El hijo del hombre no es el Cristo resucitado. El Hijo de Dios, no obstante, mora exactamente donde el hijo del hombre está, y camina con él dentro de su santidad, la cual es tan fácil de ver como lo es la manifestación de su deseo de ser especial en su cuerpo. 2.6:7
El cuerpo no tiene necesidad de curación. Pero la mente que cree ser cuerpo, ciertamente está enferma. Y aquí es donde Cristo suministra el remedio. Su propósito envuelve al cuerpo con Su luz y lo llena con la santidad que irradia desde Él. Y nada que el cuerpo diga o haga deja de ponerlo a Él de manifiesto. De este modo, el cuerpo lleva a Cristo, dulce y amorosamente, ante aquellos que no lo conocen, para así sanar sus mentes. 3.1:6
I.- El vínculo con la verdad
No puede ser difícil llevar a cabo la tarea que Cristo te encomendó, pues es Él quien la desempeña. Cap.25.I.1.1
Su santidad dirige el cuerpo a través de la mente que es una con Él. Y tú te pones de manifiesto ante tu santo hermano, tal como él lo hace ante ti. Cap.25.I.1.5:6
Tú eres el medio para llegar a Dios; no estás separado ni tienes una vida aparte de la Suya. Su Vida se pone de manifiesto en ti que eres Su Hijo. Cap.25.I.4.1:2
Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti como algo separado también. No es que lo esté realmente, sino que se presenta así a fin de que el vínculo que se te ha dado para que te unas a la verdad pueda llegar hasta ti a través de lo que entiendes. Cap.25.I.5.1:2
El Espíritu Santo apoya el propósito de Cristo en tu mente, de forma que tu deseo de ser especial pueda ser corregido allí donde se encuentra el error. Cap.25.I.6.1
II.- El que te salva de las tinieblas
No confundas la forma con el contenido, pues la forma no es más que un medio para el contenido. Y el marco no es sino el medio para sostener el cuadro de manera que éste se pueda ver. Cap.25.II.4.3:4
El Espíritu Santo es el marco que Dios ha puesto alrededor de aquella parte de Él que tú quisieras ver como algo separado. Ese marco, no obstante, esta unido a su Creador y es uno con Él y con Su obra maestra. Cap.25.II.6.1:2
Lo que Dios crea está a salvo de toda corrupción y permanece inmutable y perfecto en la eternidad. Cap.25.II.6.8
Vislumbra dentro de la obscuridad al que te salva de las tinieblas, y entiende a tu hermano tal como te lo muestra la Mente de tu Padre. Al contemplarlo él emergerá de las tinieblas y ya nunca más veras la obscuridad. Cap.25.II.8.1:2
Él es el marco en el que está montada tu santidad, y lo que Dios le dio tuvo que habérsete dado a ti. Por mucho que él pase por alto la obra maestra de sí mismo y vea sólo un marco de tinieblas, tu única función sigue siendo ver en él lo que él no ve. Y al hacer esto, compartes la visión que contempla a Cristo en lugar de a la muerte. Cap.25.II.8.6:8
Perdona a tu hermano, y no podrás separarte de él ni de su Padre. Cap.25.II.10.1
III.- Percepción y elección
En la medida en que atribuyas valor a la culpabilidad, en esa misma medida percibirás un mundo en el que el ataque está justificado. Cap.25.III.1.1
Esto concuerda con la ley fundamental de la percepción: ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté. La percepción no está regida por ninguna otra ley que ésa. Cap.25.III.1.3:4
Las leyes de Dios no pueden gobernar directamente en un mundo regido por la percepción, pues un mundo así no pudo haber sido creado por la Mente para la cual la percepción no tiene sentido. Cap.25.III.2.1
La percepción se basa en elegir, pero el conocimiento no. El conocimiento está regido por una sola ley porque sólo tiene un Creador. Cap.25.III.3.1:2
El pecado es la creencia fija de que lo que se percibe no puede cambiar. Lo que ha sido condenado está condenado para siempre, al ser eternamente imperdonable. Si entonces se perdona, ello quiere decir que haberse percibido como un pecado tuvo que haber sido un error. Cap.25.III.8.4:6
El Hijo de Dios no puede pecar, pero puede desear lo que le haría daño. Cap.25.III.9.1
No olvides que lo que decidas que él es para ti, determinara tu futuro. Cap.25.III.9.8
Elige, pues, pero reconoce que mediante esa elección se elige el propósito del mundo que ves, el cual se justificará. Cap.25.III.9.10
IV.- La luz que traes contigo
Las mentes que están unidas, y que reconocen que lo están, no pueden sentir culpabilidad. Pues no pueden atacar, y se regocijan de que así sea, al ver que su seguridad reside en ese hecho feliz. Su alegría radica en la inocencia que ven. Cap.25.IV.1.1:3
Nada es de por sí perjudicial o beneficioso a menos que así lo desees. Tu deseo es lo que determina los efectos que ha de tener en ti porque lo elegiste como un medio para obtener esos efectos, creyendo que eran los portadores del regocijo y de la felicidad. Esta ley rige incluso en el Cielo. Cap.25.IV.2.3:6
De ti puede surgir un mundo cuya contemplación los hará felices y donde sus corazones estarán rebosantes de dicha. De ti procede una visión que se extiende hasta todos ellos, y los envuelve con dulzura y luz. Cap.25.IV.3.4:5
Aquellos que ofrecen paz a todo el mundo han encontrado un hogar en el Cielo que el mundo no puede destruir. Pues es lo suficientemente grande como para contener al mundo entero dentro de su paz. Cap.25.IV.4.9:10
V.- El estado de impecabilidad
El estado de impecabilidad es simplemente esto: Todo deseo de atacar ha desaparecido, de modo que no hay razón para percibir al Hijo de Dios de ninguna forma excepto como es. Cap.25.V.1.1
El ataque y el pecado son una misma ilusión, pues cada uno es la causa, el objetivo y la justificación del otro. Por su cuenta ninguno de los dos tiene sentido, si bien parece derivar sentido del otro. Cada uno depende del otro para conferirle el significado que parece tener.Cap.25.V.1.3:5
El ataque convierte a Cristo en tu enemigo y a Dios junto con Él. Cap.25.V.2.1
Cada vez que contemplas a tu hermano, Cristo se halla ante ti. Él no se ha marchado porque tus ojos estén cerrados. Cap.25.V.2.9:10
No es a Cristo a quien contemplas cuando miras de esa manera. A quien ves es al “enemigo”, a quien confundes con Cristo. Y lo odias porque no puedes ver en él pecado alguno. Tampoco oyes su llamada suplicante, cuyo contenido no cambia sea cual sea la forma en que la llamada se haga, rogándote que te unas a él en inocencia y en paz. Cap.25.V.3.1:4
El Hijo de Dios sólo te pide esto: que le devuelvas lo que es suyo, para que así puedas participar de ello con él. Por separado ni tú ni él lo tenéis. Y así, no os sirve de nada a ninguno de los dos. Pero si disponéis de ello juntos, os proporcionará a cada uno de vosotros la misma fuerza para salvar al otro y para salvarse a sí mismo junto con él. Cap.25.V.4.1:4
Ves en tu hermano la imagen de lo que crees es la Voluntad de Dios para ti. Al perdonar entenderás cuánto te ama Dios, pero si atacas creerás que te odia, al pensar que el Cielo es el infierno. Mira a tu hermano otra vez, pero con el entendimiento de que él es el camino al Cielo o al infierno, según lo percibas. Y no te olvides de esto: el papel que le adjudiques se te adjudicará a ti, y por el camino que le señales caminarás tú también porque esé es tu juicio acerca de ti mismo. Cap.25.V.6.3:6
- Los versículos compartidos, son meramente indicativos al tema de cada párrafo del Capítulo, solo la lectura completa del libro de Un Curso de Milagros, te dará una mejor comprensión
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